A cien años del famoso viaje
de John Kenneth Turner a México y a cuarenta de la masacre de
Tlatelolco, una opulencia obscena cohabita en México con la miseria
más insensata en un antagonismo sordo que en ocasiones se convierte
en rebeldía abierta.
México pertenece ahora a la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE),
el exclusivo club de países ricos pero la barbarie sigue entre
nosotros. La diferencia es que ahora el Estado y su hermano-enemigo,
el capital, son mucho más fuertes, eficaces e insidiosos que hace
cuarenta o cien años. Ningún régimen
anterior había logrado convertir a la ganancia en el centro de
gravedad de la vida nacional, ni siquiera el del Partido
Revolucionario Institucional, la dictadura más larga del siglo XX.
"Todo para nosotros, nada
para los demás", he aquí el plan de la clase dominante sin que
exista una clara diferencia entre partidos políticos.
En aras de la “competitividad”, se privatizan bienes comunes
y recursos energéticos, se asesina la atención médica y la educación
pública, se comprimen las ya reducidas prestaciones laborales y los
magros salarios.
Los resultados
están a la vista. En
las carreteras y en las calles militarmente ocupadas, los soldados
detienen, torturan, violan y matan en la impunidad total. La
velocidad de los acontecimientos es tal que el último crimen hace
olvidar los anteriores. ¿Quién recuerda
la violación masiva ejercida por militares contra 13 mujeres
en Castaños, Coahuila, el 11 de julio del 2006? ¿A quién le importa el asesinato de
Ernestina Ascensión Rosario, anciana indígena nahua víctima del
abuso sexual cometido por efectivos del ejército el 26 de febrero
del 2007?
Los grandes medios
seleccionan los hechos, los mezclan con insinuaciones, deslizan
medias verdades o, de plano, mentiras descaradas con el propósito de
hacer pasar el mensaje necesario: descalificar un candidato
incómodo, estigmatizar un movimiento, suscitar el miedo. Ocultar la
verdad ya no funciona; es mejor multiplicar el mensaje en todas sus
modalidades, las verdaderas y también las falsas para que se anulen
recíprocamente.
Es notorio, por ejemplo, que
Elba Esther Gordillo, dirigente vitalicia del sindicato de maestros
(el más poderoso de América Latina), vende plazas y trafica
influencias en contubernio con el gobierno federal. Sin embargo, se
acusa de esos crímenes a la tendencia democrática que, dentro del
sindicato, lucha precisamente contra tales prácticas.
¿Los niños y adolescentes
sufren de diabetes y obesidad endémicas? En lugar de fomentar los
buenos hábitos alimenticios, la Secretaría de Educación Pública
(SEP) estipula un convenio con la Coca-Cola para distribuirla en
todas las escuelas del país…
En general, los problemas
sociales se arreglan por la vía de la corrupción y la cooptación sin
descartar la violencia extrema, lo cual convierte a la masacre de
Tlatelolco en "un presente perpetuo", según la sucinta formulación
de Carlos Monsiváis.
Mientras tanto, el
narcotráfico prospera junto a la descomposición social y a las
ejecuciones masivas. Cada día, las víctimas se cuentan en cifras de
dos dígitos aunque, al parecer, no existen estadísticas confiables
al respecto. El 15 de septiembre del 2008 marcó un nuevo hito en
este rubro de la vida nacional. Esa noche, dos granadas lanzadas a
un numeroso grupo de personas que asistían al "grito de
independencia" en Morelia, Michoacán, dejaron un saldo de ocho
muertos y 132 lesionados.
La versión oficial de que el
culpable sería un grupo mafioso conocido como "La familia", no
convence. Hasta ahora, los narcotraficantes habían atacado
únicamente a personas involucrados en el negocio –policías
que los traicionan o contrincantes–,
cuidándose de lastimar a terceros.
Como sea, el mensaje
presidencial fue ominoso. En su discurso del 16 de septiembre,
Felipe Calderón afirmó que "se puede
discrepar, pero no deliberadamente dividir ni enconar". Acto
seguido, llamó "traidores a la patria" a terroristas y
opositores políticos. Para el gobierno, delincuencia y disidencia
tienden a ser sinónimos.
En la actualidad, existen
decenas de conflictos en ocasiones violentos en distintas partes del
país en torno a diferentes proyectos económicos, sobre todo en los
rubros de la explotación minera, la inversión turística y la
construcción de presas, muchos de los cuales ocurren en comunidades
indígenas. La respuesta de las autoridades ha sido congruentes con
las afirmaciones de Calderón: cierre de espacios de diálogo,
detenciones arbitrarias y criminalización.
Es verdad que si usted se
opone al régimen, no lo van a detener por razones políticas. Pero si
se pasa de la raya, le pueden fabricar delitos, ¿cuáles? Los
necesarios. En la eventualidad, por ejemplo, de que usted y sus
vecinos ocupen una oficina gubernamental después de que llevan meses
pidiendo audiencia y no les hacen caso, se les va a inculpar de
secuestro equiparado y apología de la violencia, todos delitos
graves que no alcanzan fianza...
Las violaciones a los
derechos humanos ya rebasaron el ámbito del conflicto social. México
ostenta un deshonroso primer lugar continental en atentados a
periodistas. En menos de una década, 24 comunicadores han sido
asesinados, ocho están desaparecidos y decenas se encuentran
amenazados. Únicamente en el periodo entre enero y junio del 2008,
otros seis fueron asesinados y uno desaparecido. Al parecer, es más
peligroso ejercer el periodismo hoy, que en los años del Porfiriato,
particularmente para quienes no cuentan con la protección de algún
medio importante.
En julio del 2008, el
director de El Norte y Grupo Reforma –que ciertamente no se conoce
por su postura radical–, Alejandro Junco de la Vega, se refugió en
Austin, Texas. Desde ahí dirigió una carta al gobernador de Nuevo
León, José Natividad González Parás, en donde explica las razones de
su exilio: "estaba en un dilema: comprometer nuestra integridad
editorial o cambiar a la familia a un lugar seguro".
México es,
asimismo, el campeón mundial de los secuestros
–adelante
de Irak y de Colombia– con siete
mil únicamente en el 2007, cifra que en realidad es muy inferior a
la realidad, pues sólo toma en cuenta los casos denunciados.Como si fuera poco, el país
se encuentra en los primeros sitios de los países que violan los
derechos humanos de los niños, principalmente en el trabajo
infantil, con 3.3 millones de menores en el sector laboral.
A este cuadro nada halagüeño
se suman los persistentes feminicidios en Ciudad Juárez –460 mujeres
asesinadas y unas 600 desaparecidas desde 1993– y las salvajes
condenas a los militantes del Frente de Pueblos en Defensa de la
Tierra de San Salvador Atenco (FPDT),
Ignacio del Valle Medina, Felipe
Álvarez Hernández y Héctor Galindo Gochicua, sentenciados a 67 años
y medio de cárcel.
Atenco es un pueblo del
Valle de México que en el 2002 ganó una lucha contra la construcción
de un aeropuerto en sus terrenos comunales. Como represalia, en mayo
del 2006 sufrió una verdadera agresión militar con un saldo de dos
muertos, varias decenas de heridos y 211 detenidos, una parte de los
cuales fueron sucesivamente liberados a cuentagotas. Según el
reporte de la Comisión Civil Internacional de Observación por los
Derechos Humanos (2006), sucesivamente corroborado por el de
Amnistía Internacional (2007), la
policía hizo uso de armas de fuego contra ciudadanos inermes, llevó
a cabo detenciones indiscriminadas y recurrió a la tortura.
El 21 de agosto del 2008, el
juez primero penal de Texcoco, dictó una nueva sentencia contra 11
integrantes del FPDT. En esa ocasión, del Valle fue condenado a 45
años más de prisión por el delito de “secuestro equiparado”, pena
que, sumada a la anterior, alcanza la inaudita cantidad de 112 años.
Al resto de los vecinos les fue mejor ya que "sólo" tendrán que
purgar 31 años, 10 meses y 15 días de prisión cada uno por
“secuestro y ataques a las vías generales de comunicación”.
Es siniestro enterarse de
que Ignacio del Valle no podía estar en el lugar de los hechos
sencillamente porque se encontraba preso. Y es que las pruebas
procesales no cuentan. Lo importante es el mensaje: la venganza de
los gobernantes contra los luchadores sociales y la
impunidad para la policía que puede matar, herir, violar,
torturar e instaurar el terror en un pueblo sin consecuencias
judiciales.
La lista de agravios podría
seguir, pero sería tediosa. Lo que hace a México un sitio especial
en el mundo actual no son los crímenes de sus gobernantes, sino las
gestas de sus habitantes. Hoy más que nunca, México arde de todas
las esperanzas que son inseparables de la condición humana; puente
entre muchos mundos –Occidente y Oriente, Norte y Sur, modernidad y
tradición–, es uno de los nudos vitales del planeta, además de un
hervidero de ideas y movimientos sociales.
El 2006 en
Oaxaca marca la irrupción de la gente común y sin partido en los
asuntos de la vida pública: gente
común que hizo cosas poco comunes, según la feliz formulación de los
compañeros de Collective Reinventions de San Francisco,
California. Durante largos
meses, el movimiento fue la expresión de los deseos, las pasiones,
las voluntades, los sueños de individuos y colectivos que, día a
día, inventaban las condiciones prácticas de su liberación.
Sin partido no
quiere decir sin organización. Es verdad que el movimiento se
expresó a través de patrones que no encajan en los moldes usuales de
la izquierda, algo que sigue desconcertando a todo el mundo. Formas
organizativas propias de los pueblos originarios
–la
asamblea comunitaria, el tequio o ayuda mutua y la fiesta o
Guelaguetza– se traspasaron
a la realidad urbana.
Originada en
la capital del Estado, por una huelga de maestros, la rebelión se
extendió a decenas de comunidades indígenas de la sierra y del
istmo. De esta manera, los movimientos urbanos retroalimentaron a
los movimientos rurales y viceversa.
En la actualidad, el
movimiento social se encuentra acosado por la represión oficial y
por disputas internas. Mientras tanto, el "modelo Oaxaca"
–responder con una estrategia militar de guerra sucia a los
movimientos ciudadanos– se va extendiendo a todo el país. Si el
momento álgido de la represión en el 2006 fue el 25 de noviembre, el
24 de mayo del 2007, fecha del secuestro-desaparición de dos
dirigentes del Ejército Popular Revolucionario (EPR) marca un nuevo
punto de inflexión en las opciones represivas del Estado mexicano.
Ese día regresaron los
bárbaros. Desde entonces la desaparición forzada por razones
políticas ocupa las crónicas negras de los periódicos, al mismo
tiempo que, por una ironía macabra, el
gobierno federal ratifica la Convención Internacional para la
Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas.
En Oaxaca, el inventario de
los crímenes de Estado es tan abundante como para evocar las
felonías de los gobernadores porfirianos y sus "jefes políticos" en
los tiempos de Ricardo Flores Magón. Por si fuera poco, este giro autoritario se inserta
en una crisis económica de proporciones planetarias y, contrario a
los deseos de muchos, las crisis no suelen trocarse en revoluciones,
sino en guerras y fascismos. A diferencia del 2006, el mundo se
encuentra ahora en una etapa difícil de reconfiguración geopolítica
y social que no anuncia nada bueno para la humanidad y menos para
los mexicanos, expuestos más que otros a los embates del imperio.
El balance es que sólo una
decidida respuesta popular a nivel nacional e internacional puede
cambiar el rumbo de los hechos. Es por esto que, una vez más, es
bueno volver la mirada hacia el Sur. Oaxaca no es únicamente el
espejo del México bárbaro que se encarna en Ulises Ruiz y en los
usos y costumbres del sistema político local (aquellos "instintos
salvajes", descritos por Ricardo Flores Magón hace más de 100 años).
También es –como lo fue y lo sigue siendo Chiapas– un laboratorio de
pensamiento alternativo y de luchas sociales que suscita la simpatía
y la solidaridad de muchas personas en el mundo entero.
La experiencia de la APPO
comprueba que, en pleno siglo XXI, la práctica de la ayuda mutua no
es la quimera de unos cuantos locos, sino un mecanismo vigente entre
pueblos que viven en el presente y con la mirada clavada en el
futuro. Un mecanismo que, en ciertas condiciones, se vuelve
contagioso y hace temblar todos los poderes.
En un momento
en que la vida misma se encuentra amenazada por el saqueo ambiental,
por la ley de la ganancia y por las mafias de los negocios, los
pueblos de Oaxaca nos mostraron que es posible vivir, trabajar,
crear, amar, reír y llorar sin el orden totalitario de los gobiernos
y al margen de la lógica absolutista de la mercancía.
*Fragmentos de la introducción al libro El espejo de México.
Crónicas de barbarie y resistencia (Altres Costa-Amic, México,
2008).